Es decir, terminan dotados de una voz seductora, de unas palabras adecuadas y de una buena capacidad amante. Pero son carne cobarde y ciertas emociones se les escapan de las garras.
Las lunas, en cambio, confunden a los lobos feroces con cachorros. Los amamantan y les acarician las orejas. Por supuesto, terminan mordidas y desoídas.
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