miércoles, 21 de octubre de 2020

La casita de las dos ventanas

1
Llego al consultorio. No me siento angustiada y tampoco tengo los nervios de punta, pero sí ando un poco ansiosa. Tengo muchas ganas de hablar. Me parece bueno porque las últimas semanas venía seca de situaciones y me estaba costando armar algo para decir.
Norma me recibe y me saluda. Dejo la mochila a un lado y me acomodo en el sillón. La escena ya me resulta rutinaria, pero no me quejo. Algunas rutinas son necesarias y sanas. Sobre todo, como siempre declaro, para una mente tan dispersa como la mía.
–Hola, Alejandra. ¿Cómo estás? –me dice ella.
–Todo bien. ¿Y vos?
Nuestras sesiones huelen a ritual. Todas las sesiones de cualquier cosa, en realidad. Al menos, eso es lo que creo.
–Bien, bien. ¿Cómo fue tu semana? Contame.
Y le resumo una semana tranquila en la que trabajé, estudié y tuve mis ratos de ocio solitario y también social. Nada nuevo, se diría, aunque cada semana tiene su rasgo distintivo. En este caso, un sueño.
–El miércoles por fin terminé de transcribir notas y anoche soñé.
–¿Ah, sí? ¿Qué soñaste?
Estiro el brazo hacia la mochila, la abro y extraigo un cuaderno. Paso las páginas cuidadosamente. A pocas hojas del final, me detengo. Empiezo a leer:
–Comenzaba en un jardín grande y despejado de flores, puro pasto y, detrás de mí, un laguito. Casi de inmediato, luego de una breve caminata, aparecía en una sala color chocolate. Alguien llamaba, contestaba y manteníamos un diálogo de amor. Tras colgar, iba a mi dormitorio. Me desnudaba, me metía en la cama y me tocaba. Y de pronto desperté.
Norma anota rápido y levanta la vista, con gesto interrogativo.

2
Auch. ¿Dónde me quedé dormida? Esa roca estaba dura. Ahora me duele la carita. Además... ¿Pasto? ¿Me quedé dormida en un parque? No me di cuenta. Pero yo no vine al parque. Estaba en mi cama. Era de noche. Ahora es de día.
¡Hay un lago! Camino hasta él. Me arrodillo a su lado y lo contemplo. Me llaman la atención dos cosas: no me reflejo y es terriblemente turquesa. Me inclino un poco. Lo huelo. Tiene aroma a vainilla. Envalentonada, lo toco. Sí, tiene textura de agua. Vuelvo a inclinarme, pero... ¡Pierdo el equilibrio y me sumerjo!
¿Cómo? El ambiente es muy denso aquí abajo y, sin embargo, puedo respirar. Puedo hablar. ¡Puedo caminar! Bueno, flotar caminando. No podría describirlo. Recorro un tramo. Está bastante oscuro y desolado. Noto dos colores: arena clara y el turquesa, pero mucho menos saturado. ¿En serio estoy dentro del lago? Floto caminando un poco más. Delante de mi vista se cuela un rayo de sol pálido. Voy a toda velocidad, lo cual es muy lento en estas condiciones.

3
Evidentemente estaba dentro del lago porque seguí ese rayo de sol y ahora estoy de nuevo en la superficie. O eso espero. Hay una casita que no había visto antes, cuando desperté. Tiene dos ventanas al frente. Su forma es ovalada y los vidrios son más bien opacos y color café con miel. Me acerco para espiar.
Lo que veo no está teñido de color café con miel por los vidrios. Hay una sala que emana sensación chocolatosa. Miro hacia abajo y encuentro... ¡Piernas! Piernas cubiertas por una bata de seda bordó. Dejo de verlas. ¡Todo se mueve! ¡Yo no, pero el interior de la casa sí! Veo un pasillo. Las paredes son claras. Hay un par de estantes con libros. Al fondo, una puerta entreabierta. Está pintada de naranja suave. Se acerca rápidamente y se hace a un lado gracias a una mano que la empuja.
Un baño. La ducha. El inodoro. Azulejos anaranjados. El lavabo. Y un espejo arriba. A la altura de estas ventanas. Pero no veo una casita. Veo una cara. Dos ojos de color café con miel. Un rostro idéntico al mío. Un torso idéntico al mío. Un cabello idéntico al mío. Con diez años más. Aparecen manos y abren la canilla. Se mojan y por un instante contemplo la pileta del lavabo. Y, luego, las palmas mojadas. De nuevo, el espejo. A mis espaldas... No. A espaldas de la chica del espejo, que parece que también es a mis espaldas, pero para mí no hay nada más que jardín, se abre la puerta. Al reflejo se suma un sujeto que besa el cuello de la mujer. Ella voltea y ahora lo miro de frente.
Creo que se besan porque él está muy cerca de mí. Y no dejo de tenerlo cerca, a pesar de que el interior de la casa vuelve a cambiar, llevándome por el mismo pasillo hacia otra puerta. Una puerta marrón. Uno de los dos la empuja, entre besos. Y los besos los conducen directamente a la cama. Entre parpadeos, se alternan para mí ángulos del techo y del colchón, principalmente. Y del sujeto. De vez en cuando, la mesita de luz. La están pasando muy bien. ¿La estamos pasando muy bien? Ojalá presenciara en tercera persona.

4
¿Y esta almohada? Uf, sí. Es mi almohada de siempre. ¿Y el sujeto? ¿Y la chica? ¡Ah, claro! Qué tarada. Estaba soñando. Otra vez, ese lago. Otra vez, ese jardín. Otra vez, la casita de las dos ventanas. Mejor, igual. Hacía rato que no recordaba un sueño para relatarle a Norma. Tengo que ir esta tarde y ya me estaba quedando sin temas de conversación.

Sabor a adiós y a vino

Me cuelo en una sesión de suspiros
después de meses y años de olvidos
y mis susurros de fantasía
que nunca faltaban
porque nunca pedías
te preguntan otra vez por tus ritos
y te cuestionan tus nuevos caprichos.
Caprichos nuevos que no me dijiste
y que no conozco y que no pediste.
Ahora pesan mucho
y también son livianos
y puedo verlos y los escucho.
No se parecen a vos, pero te visten
y te mueven sin calor y no me exigen.
Después de meses y años de olvidos
no me llaman esta noche tus suspiros
y mis susurros de fantasía
que nunca llegaban
porque ya nunca querías
te preguntan por la cama y el pasillo
y te lloran con sabor a adiós y a vino.