Tengo una relación rara con la muerte. No es buena y no es mala. Me encuentra acostumbrada a su nombre. No deja de dolerme y tampoco digo que no le temo. Pero es irreversible, palpablemente irreversible. Y esa condición me regala un duelo fácil y con final pronto.
Tengo una relación rara, rarísima con la muerte. Es improbable que cuestione esa separación. Los corazones rotos frustran y me dejan la impresión mentirosa de que podríamos haber salvado lo que quedaba. Y es que la muerte del amor siempre parece más reversible que la otra.