-Programamos esta conferencia de prensa para anunciarles nuevas disposiciones que pretenden regirnos a nivel mundial...
Esas inesperadas palabras definieron los corrientes años. ¿Inesperadas? Sí. Ya habíamos sobrevivido a una pandemia terrible y no había sospechas de una situación similar. Entonces, ¿qué otros asuntos podían competernos a nivel mundial?
Toda discusión transcurrió ajena al conocimiento popular. Los acuerdos se difundieron a partir de esa noche, en formato auditivo, por supuesto. Después de la conferencia, comenzaron las campañas de información y las obras de reestructuración.
Muchos edificios estaban previamente aptos, pero hubo que hacer remodelaciones más específicas. La accesibilidad estaba restringida a un porcentaje muy pequeño de las poblaciones y de pronto cada habitante del planeta necesitaría condiciones adecuadas.
Las reestructuraciones no fueron solo edilicias. Se implementaron reformas educativas, hospitalarias, culturales y vehiculares. Y, como consecuencia, se desactivaron las desigualdades sociales clásicas, pero se crearon nuevas. Según la profesión, el privilegio.
Al principio, el cambio fue demencial. Las primeras reacciones fueron resistir, levantarse y organizar atentados. Sin embargo, cuando la fecha coincidió en todos los calendarios, no hubo nada que hacer ni vuelta atrás que pudiésemos instar. El poder era supremo.
Las respuestas más inmediatas ante la ejecución del protocolo fueron suicidios. No hablo de suicidios aislados, pero tampoco podría llamarlos masivos. Si bien nuestros derechos habían sido ultrajados, debo admitir que varias personas sentíamos curiosidad.
¿Curiosidad de qué? En 2026 los estímulos resultaban invasivos y las relaciones humanas habían alcanzado el epítome de la desazón. En secreto, la pregunta del "qué pasaría si" había aparecida infinidad de veces. Cuando contestaron, quisimos "ver".
Me explico mejor: no intuimos jamás que fuera posible esa contestación y, por eso, nos permitíamos fantasear con una realidad semejante. Si hubiésemos adivinado un trasfondo así, habríamos cuidado más los deseos y especialmente su verbalización.
Las dimensiones del poder eran de verdad muy grandes, ininteligiblemente enormes. No hubo pronóstico que se imaginara una experiencia como esta y eso dificultó el lidiar con ella cuando superamos la intriga y, quizá, la celebración iniciales. En cuanto se esfumó el entusiasmo...
El proceso de adaptación se reguló estricta y oficialmente. Ningún gobierno pudo desligarse de la responsabilidad de entrenar a sus ciudadanes para que se desarrollasen en esta novedosa vida que, una vez más, no habían elegido. Y sí, reafirmo que no elegimos nada.
El argumento más fuerte se centró en que la sociedad exigía la vivencia de vínculos interpersonales alternativos. ¿Cómo? A través de las redes sociales y las precarias conversaciones filosóficas que componían gigantes archivos, propiedad de los mandos superiores.
En fin, de la noche a la mañana nos enteramos de que las autoridades gubernamentales tenían la potestad y la capacidad suficientes para privarnos del sentido de la vista a todes y arrojarnos a circunstancias sociales inéditas, con una capacitación muy acotada.
Igualmente, una capacitación exhaustiva tampoco habría bastado para sobrellevar el nuevo orden. Simplemente pasó lo que iba a pasar: nos acostumbramos y, aunque las personas más ancianas tuvieron unos últimos años pesadillescos, les más jóvenes sucumbimos.
Todavía es temprano para sacar conclusiones del experimento. Más allá de la violación a las libertades individuales, mermaron muchos conflictos y se construyeron amores y amistades más honestos y, sí, quiero decirlo, humanos. ¿Mejores o peores? Según cada cual.
Mi única preocupación actual es que se avecina el fin de la prueba. No sabemos en qué consiste, de nuevo lo sabremos sobre la marcha, tras un sorpresivo, pero cercano anuncio. ¿Qué pasará mañana, cincuenta años más tarde, cuando nos devuelvan la vista?