domingo, 29 de agosto de 2021

Te doy toda la poesía que tengo

Tengo más versos que remeras,
pero no los puse en el placard
sino en tus manos que no entienden
y se olvidan de todas mis sílabas
porque tienen sabor a poca cosa
a que vos me estás dando igual
a que vos me estás dando más

Y posiblemente te equivocás:
solo me quedo mi piel mortal
y te entrego a vos la otra piel
la que sumerge poesía infinita
en mi propio perfume singular
en mi propia forma de desmirar

Te estoy dando la excusa rimada
de quererme como se quiere
en las leyendas del hilo rojo
pero sin destinos ineludibles
pero sin obligaciones cosidas

Y posiblemente te alejás:
tus manos aún no entienden
que te di un tercer ojo grandote
que te doy un rabillo de más

No puede ser poca cosa
el poder de mirar lo inmirable
el poder de mirar costa adentro

Te olvidás y quedás con hambre
Te olvidás y te quedás ciego

Y yo ya te di toda la poesía que tenía

martes, 24 de agosto de 2021

Condición

-Solo te pido que no me hagas llorar.
Así dijo ella. Estaba hermosa y radiante después de que le pregunté. No fue el momento más románcico de la historia, ni siquiera de mi vida, pero quería estar con ella, así que le pregunté si quería ser mi novia. Entonces, me dijo eso, que no la hiciera llorar. Tuve que repreguntarle y por fin confirmó que sí, que quería.
Menos mal. La gente no lo medita mucho, pero dice cosas y cree que respondió la pregunta cuando en verdad no lo hizo. Sobre todo, cuando la contestación esperada y adecuada se debate entre sí, no y, como mucho, no sé. Sí, es más admisible una duda que una frase que parece que contesta y en resumen te deja dudando a vos, que emitiste el interrogante.
La abracé y la besé. Mi estrategia fue no sentarme en un bar con ella para hacerle la propuesta, sino decírsela en el sillón de su casa, donde podemos estar los dos sentados uno al lado de la otra y acercarnos o acurrucarnos. Fue un riesgo también, ¿no? Porque podía negarse y la cercanía de sus aromas y sus pestañas azuladas me habrían hecho un daño casi letal y muy inmediato. Tenía las pestañas y el cabello de color negro azulado por naturaleza. Además de preciosa, era original.
Bueno, todas las personas son originales, me disculpo. O no me disculpo. Estaba enamorado. Era lógico que singularizara sus rasgos como si fueran los únicos especiales sobre la tierra. Tenía ojos verdes y, aunque muchas otras pupilas fueran verdes, me daba la sensación de que los destellos de jade eran exclusivos de su existencia. Y tal vez sí.
¿Tal vez sí? Sí, porque meses más tarde hubo una noche desgraciada en que descubrió una mentira mía. Me confrontó serena, seguramente esperaba una explicación aceptable o una locura absurda que pudiera justificarme. Pero acorralado confesé. Y la sincera confesión, tardíamente sincera, quebró su apacible expresión. Vivíamos juntos en mi casa y en ese instante supe que lo había arruinado todo.
Comenzó a lagrimear y adolorida se fue sollozar donde se asegurara una pared entre nosotros. Se encerró en la habitación. Lloraba, lloraba mucho y también jadeaba como si la mentira pudiera corroerla físicamente. Quise acudir a consolarla, pero respeté el espacio que evidentemente necesitaba. Aparte soy un imbécil para lidiar con el llanto ajeno.
Pocos minutos duró el escándalo. Cuando cesó, me acerqué a la puerta. Golpeé con los nudillos y la llamé suavemente. No dijo nada. No se me había acabado el respeto, pero me urgía pedirle perdón. Por eso entré a pesar de su tácita voluntad de que no lo hiciera. Por supuesto, en cuanto crucé el umbral y la vi comprendí que no había voluntad alguna, sino imposibilidad de dar sonido a sus pensamientos.
Entré cabizbajo. Tanto la cama como los almohadones mostraban severos signos de humedad y quemaduras. Mi mirada trepó y descubrió que sus piernas estaban levemente enrojecidas. Las manos, en cambio, tenían ampollas. Seguí mirando, asombrado, y la peor imagen fue encuadrándose en mis retinas: tanto su cuello como sus mejillas y sus labios estaban quemados, en carne viva. Sus pestañas y sus pupilas brillaban fosforescentes.

domingo, 22 de agosto de 2021

¿Te gusta el jazz?

¿Te gusta el jazz?
Es una pregunta importante
y la digo con gesto sugerente
Elijo jazz y no otros géneros
para que sientas cómo pronuncio
esa j extranjera y la sinalefa
No es: ¿Escuchás? Es: ¿Te gusta?
Porque gustar es más delator
que solamente haber conocido
en un taxi de estos dos colores
cuyo volante mucho no charla

¿Te gusta el jazz?
A mí también porque prefiero
que no haya tanta letra entre
y que los instrumentos soplen
como soplamos esa j extranjera
antes de masticar y mirarnos
obviando el aguijón o tu tamaño

¿Te gusta el jazz?
A mí me gustan el jazz y la miel
porque ambos empastan la boca
y le dejan la sensación dulce
de estar buscando la excusa
para amargar con un vino

Y más que en gustar del jazz
pienso en ese vino con vos

lunes, 16 de agosto de 2021

Desaire

Respiro
Sin ponerlo en palabras respiro
y entonces sigo habitando
habitándome
porque tengo vientre de tierra
que se escurre entre mis piernas
y me pide más
y más aire

Respiro
Sin ponerlo en palabras respiro
y entonces sigo nadando
nadándome
porque tengo ojos de agua
que se escurren contra mi almohada
y me piden más
y más aire

Respiro
De pies a cabeza pido aire
y se acumula sanamente
hasta que te llego
y me desnudo diciendo que te quiero
Lo pongo en palabras
y no respiro
porque no puedo respirar desaires

miércoles, 11 de agosto de 2021

Cegueras esporádicas

Tengo ganas de cegueras esporádicas
que me agarren así, de repente
cuando ya me haya saciado de tu imagen
cuando ya me haya embriagado de tu imagen;
y mi boca exija gusto, sabor de tus pieles
para completar el registro remoto
entre sobredosis de tus salados y tus dulces
entre sobredosis de tus amargos y ácidos;
y mi olfato exija olores, aromas de tu cuerpo,
cuerpo amante y activo y en reposo
que emana tibieza de habitación
que emana frescura de océano.
Tengo ganas de cegueras esporádicas
que me agarren así, de repente
cuando prefiera la sorpresa de tus manos
cuando prefiera la sorpresa de tu vientre.

martes, 10 de agosto de 2021

Los árboles que decoran la General Paz

Hola, cielo que se esfumó.
Me gustaría contarte:
ayer a las 18 y 20 salí del trabajo
y me paré a esperar el colectivo;
por suerte, a las 18 y 40 estaba arriba
leyendo un mail que no es tuyo,
pero que me hace feliz.
Me importa mucho, ¿sabés?
Poder decirme artista.
Los árboles que decoran la General Paz
contrastaban con el gris húmedo
y estaban de acuerdo conmigo.
Les importa mucho, ¿sabés?
Poder decirse artistas.
Cualquier trabajadore durmiente
arrullade por la secuencia de edificios
diría cansadamente que sí:
si el arte no puede ser una pausa cotidiana
entre las escenografías cotidianas,
¿entonces para qué?

domingo, 8 de agosto de 2021

No quepo fuera de mí

La opción está clara delante de mí:
hay que jugar a las escondidas
con este cuerpo
con este pecho donde laten las rimas
con esta boca que pronuncia besos
con esta silueta que escribe sombras.
Sí, esto me piden:
fingir una existencia etérea
donde no ocupo el barro
donde no doy ningún paso
donde la carne es invención
donde existir es voluntad.
Pero no quiero y me niego:
la finitud calza pantalones
y tiene talle de remera.
Pero no quiero y me niego:
la finitud se desviste
y entonces dice palabras.
Lo ignoran, siguen exigiendo:
hay que jugar al ajedrez
con el cuerpo
con el cuerpo como peón
peón invisible y terciario
jaqueado por la dama.
Insisten muchísimo más:
hay que permitir el eclipse
del barro mortal
por la luminosa luna
de las ideas permanentes
de la esencia universal.
Pero no quiero y me niego:
la finitud escucha o ve
y se palpa de pies a cabeza.
Pero no quiero y me niego:
la finitud es frágil cintura
y por eso dice palabras.
Si no tuviera un vientre
si no fuera una temporada
si midiera más que mi ancho,
¿diría palabras acaso?
Afuera no existo
afuera no creo
afuera no yazgo,
me voy y me callo.