jueves, 27 de mayo de 2021

Los nidos

Actualmente tengo veinticinco años y me encuentro postrada en una cama de hospital. Mi familia no me visita, no puede, y no encuentro otro entretenimiento que escuchar las suaves y pacientes lecturas de mi enfermero y pedirle, de vez en cuando, que transcriba algunas fantasías que digo en voz alta. Siendo mi cumpleaños, lo cual sigo considerando una ocasión especial y bastante sorprendente, quiero compartir cuáles fueron los acontecimientos terribles que me dejaron tan rota.

Antes de cumplir los doce años, era una niña menuda, digamos. Estatura baja, formas muy sutiles. Mis padres estaban preocupados: había menstruado por primera vez a los nueve y todavía no me desarrollaba como era esperable. A mí no me preocupaba, era una criatura que quería sentarse a tomar leche chocolatada y a jugar con el ferrocarril de su abuelo. Pero sí que recuerdo con mucha angustia haber captado conversaciones de ellos dos, en un tono de decepción que me mortificó para siempre.

Por suerte, unos meses más tarde crecí de repente. Por suerte para ellos, claro, yo no estaba muy feliz. Mi discreto y pequeño torso ahora portaba un par de pechos abundantes que palpitaban. Un proceso similar sucedió a mis glúteos. Era muy incómodo, de verdad. Muchos señores anónimos que pasaban a mi lado por la calle me lanzaban miradas que, en ese momento, me parecieron de hambre, pero que ahora entiendo que eran de una asquerosa lujuria.

Se lo comentaba a mis padres y no me prestaban atención. Estaban demasiado absortos contemplando el andar de varios insectos para perfeccionar sus dibujos o se tomaban unos minutos para ellos mismos elogiarme por tan hermosa figura. Me sentía muy incomprendida e infeliz. Me daban ganas de destrozar sus bocetos o de convertirme en una brillante mariposa a la que sí quisieran atender unos cinco, nada más que cinco minutos al día, por lo menos.

Hacia los quince años fui asimilando mi nueva imagen y solo desde esa edad empecé a disfrutarla. En un mundo poblado por personas que dan un ridículo protagonismo y un pésimo uso al sentido de la vista, mis curvas llamaban muchísimo la atención de la gente que me atraía a mí. Por supuesto, como era una chica tan sensible, pronto me iba a indignar que mi aspecto fuera considerado deslumbrante, pero que no quisieran adentrarse en las profundidades maravillosas de mi personalidad.

Cumplí dieciocho años. Mi cuerpo ya había sido bastante manoseado por amantes casuales, a quienes hipnotizaban especialmente mis pezones endurecidos. Con mucho cariño me acuerdo de Rosario. Ella conversaba conmigo, me pedía consejos, me contenía... Más allá del buen sexo, disfrutaba los rituales previos y el excedente posterior. No nos amábamos, pero sí llegamos a querernos mucho. Nos teníamos confianza. Habría sido una relación idílica, si ambas hubiésemos experimentado el «chispazo».

Una tarde estaba en su casa. Nos habíamos recostado a mirar una serie. Estábamos tranquilas hasta que comenzaron a picarme los pezones. ¡Era insoportable! Corrí al baño para mirarlos al espejo. Estaban rojos y ardían. Comencé a rascarlos frenéticamente y por fin se aliviaron. Tras el susto, reanudamos la serie y nos olvidamos por un rato de ello. Sin embargo, cuando miré hacia abajo, buscando el control remoto, descubrí dos grandes círculos húmedos en mi remera, a la altura de las tetas.

Regresé al baño. ¡Mis pezones estaban supurando y se resquebrajaban! No dolía, pero tenía la horrenda sensación de que algo quería abrirse paso desde el interior. Me puse a llorar. ¿Qué estaba ocurriendo? Nunca me habían picado de esa manera. Muy esporádicamente me topaba con una o dos hormiguitas atrevidas y eso me daba cosquillas, no mucho más. La comezón de aquel día, en cambio, era insufrible. No obstante, lo más insufrible fue la visión posterior en el espejo.

De dos cicatrices imperceptibles, que había asumido que eran irregularidades de mi piel, salieron caminando dos arañas gordas y peludas. Rosario las atrapó y las echó por la ventanita. Luego, quedó en pausa, observándome con tristeza y perturbación. En mi pecho, había dos nidos vacíos. Nidos de piel colgante que habían sido hogar para esas espantosas arañas. Me descompuse, vomité y perdí totalmente la conciencia delante del inodoro. Rosario se ocupó de contactar una ambulancia.

lunes, 24 de mayo de 2021

Poesía provisoria

Dame una excusa
y querré combinar
esperas
impaciencias
cadenas
silencios
en cuatro versos por estrofa.

Dame una excusa
y haré que veas
la implosión
el espectáculo
la denuncia
el ideario
en cinco estrofas por poema.

Dame una excusa
para otro poema
de amores
de mentiras
de ficciones
de injusticias
en una sola vida provisoria.

La poesía es un efecto colateral
de estar viviendo todavía.

sábado, 15 de mayo de 2021

Líbranos del nombre

En el nombre del Padre...
No, no. Ya no.
En el nombre de la Madre...
Tampoco, no quiero.
En el nombre de le Otre.
No. No estoy segura.
En el nombre...
En el no nombre.
Sí, ya sé cómo eludirte.
En el no nombre...
De alguien que no haya existido.
De alguien que no hayas podido
encerrar en tus roles talle único
sujetar a tus caprichos rosa y azul
atar a los pecados que aprobás.
De alguien que no hayas dicho.

Padre. Madre. Nombre.
No digas más. Callate.
Dejale erigirse sin tu palabra.
Que no medie tu palabra.
Ojalá no contamine tu palabra.
Nace y le rezo que nunca te des cuenta.
Callate y no sepas qué callás.
Espero que exista más allá de tus nombres.
Esos nombres que nombran fronteras
y banderas y pieles
y mentiras unisex.

En el nombre
de que nunca puedas darle nombre.

martes, 11 de mayo de 2021

Huequito

Le hice un huequito al mundo
para esconderme
para escaparme
para mirarlo menos.
Y en cambio me vinieron de frente
un poema
una canción
un cuadrito.
El huequito no estaba vacío
y servía para mirar más
y servía para abrazar más
y servía para doler más.
No había menos mundo:
había mundo más adentro
había mundo más hermoso
había mundo para todes.
Le hice un huequito al mundo
para entrar tomados de la mano
y agregarle también un beso
y un cielo temblando de amor.