El signo lingüístico.
La representación de una sujeta real
que a veces no significa nada
y a veces emana muchos sentidos.
El nombre.
El disfraz.
La primera palabra que se abre paso
entre el saludo de dos extrañes
y la despedida de dos singularidades.
El nombre.
La singularización.
O, en cambio, el nexo que subraya
que hubo otras Alejandras antes
y que hace preguntarse cuál Alejandra.
El nombre no alcanza.
Mejor, la historia del nombre.
Y, también, la historia de la nombrada.
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