martes, 25 de agosto de 2020

Viaje a la cicatriz

Con las piernas abiertas, ella espera el ritual de cada noche. Hay rutinas que tienen buen sabor para ambas partes. Mi lengua no se cansa nunca de su entrepierna. Sus reacciones bailan con mis sentidos. Sus espasmos de placer son titiriteros de mi erección. Entonces, llega mi segundo momento favorito:
la contemplación del ombligo

Su pecho agitado se expande y se contrae como se expanden y se contraen mis párpados al observarla. Está acá, frente a mí, recostada. De rodillas, rodeado por sus piernas, miro su ombligo coronando un vientre curvo y suave. A veces lo beso. A veces no. Es un ombligo hondo. Y me pregunto:

¿Es un agujero negro?

Me echo a su lado. En el techo instalamos un espejo. No es gigante, pero basta. A mi lado, su ombligo. Frente a mí, los dos ombligos. Miro el suyo, miro el mío. ¿Son dos agujeros negros? ¿Acaso quiso la otra dimensión escupirnos a través de un túnel y el final estaba dentro de un cuerpo terrestre en un mundo donde volvemos a nacer? Miro suyo, miro el mío y suspiro:

al menos no hay vuelta atrás.

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