No sé si sé explicarla. En general, la gente parece indiferente al arte, pero no lo es. Incluso podría afirmar que la mayoría produce arte sin objetivos masivos.
Muchas personas cantan, por ejemplo, y no quieren ser cantantes. O bailan. O hacen reír. Ustedes me entienden.
La mayoría no piensa en la trascendencia o en la posteridad, no concibe el arte como un vehículo para alcanzar esas instancias.
Eso me pasa a mí. Escribo poemas porque me gusta pensar en palabras y usarlas y desusarlas para verbalizar, para exteriorizar las conexiones y desconexiones que entablo y desentablo con las experiencias vitales.
Siento fascinación por la gran oportunidad de compartir que es el lenguaje, por la posibilidad de alterar sentidos y buscar nuevos, por la chance de camuflar mi imagen detrás de un disfraz de versos.
No persigo otros motivos. Creyéndome artista no me planteo mi arte como el eslabón fundamental de la poesía contemporánea. No sé hacer eso.
Creyéndome artista tengo una relación muy promedio con mi arte. Lo produzco y, claro, quiero que me lean o escuchen. Pero nada más.
No me frustro porque no me estoy exigiendo el destino artístico del prestigio.
Entonces, mi arte y yo siempre nos estamos llevando bien.
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