Compré una computadora
para optimizar mis tiempos de poeta
-poeta de siglo veintiuno y trabajadora-.
Treinta y seis cuotas bailaron el vals conmigo
y dijeron que sí querían
delante del grisáceo altar
ministrado por ese solícito banquero
que me autorizaba el préstamo.
Este matrimonio es ingrato:
no sirve ni como donante de esperma.
No espero que la muerte nos separe
para no trasladar los tres años
de angustia cónyuge.
Pero sí espero el divorcio
y una poesía que no sea vómito
y llanto y producto verbal
de esta ansiedad consumada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario