Una sábana me esconde los pies. Las lágrimas me empañan las pupilas. El pecho, por suerte, oculta el corazón roto. Si estuviera físicamente roto, no sangraría. Se habría congelado antes y partido se iría derritiendo. Solo líquido se podría recomponer. Y habría que congelarlo de vuelta. Blando, lo quiero blando. ¿Qué ocurriría si alguien comprende cómo ablandarlo de nuevo? Me va a sangrar. Y sí. Si no sangra, vivo solo un tiempo. Vivo en pausa. La pausa tiene ojos acuosos. También se me están derritiendo. El frío quema mucho más que el calor.
Las horas me asustan. Son pequeñas oportunidades que se esfuman. Las seis. Las siete. Hasta las doce hay tiempo. Después, se rompe el hechizo. No. El hechizo ya está roto. Pero a las doce se hace oficial. El día siguiente pide borrón y cuenta nueva. No sé hacer eso, pero tengo la voluntad. Dejar en paz. Después de las doce, hay que dejar en paz. Cuando domingo deje de ser domingo, hay que dejar en paz. Los lunes ya no hay magia. Tampoco hay palabras que puedan pronunciarse para volver atrás. Volver atrás es estúpido y por eso no existe. A las doce en punto, solo el frío puede traer la paz. Y el hechizo y el calor vuelven atrás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario