Pero los días y las noches de la princesa no eran simplemente felices. Todas las semanas varios sujetos distintos la veían pasar y vociferaban elogios desagradables a sus atributos físicos. Ella sonreía. ¡Cómo no! Era una princesa. Tenía que sonreírle a su pueblo, sobre todo si le estaban haciendo saber su atracción.
Sin embargo, la princesa se sentía cada vez más incómoda y los elogios desagradables pronto devinieron en persecuciones o en acercamientos terroríficos. Ella temía que no salir intacta la próxima vez. Ya no quería sonreír. Era una princesa, pero no le gustaba gustar de esa forma y detestaba que se lo expresaran de esa manera. En el palacio, nadie la escuchaba. La tildaban de exagerada y de desagradecida.
Entonces, ella tomó una decisión: se acabaron los paseos. Buscó una zona recóndita en el bosque, ordenó que construyeran una torre, hizo guardián a un dragón y se encerró para siempre. ¡Hay sujetos que quieren rescatarla! ¿Se imaginan? Si la princesa está huyendo y esa es su huida definitiva... El dragón se burla y la mantiene a salvo sin piedad. Después de todo, ellos tampoco iban a ser piadosos con ese cuerpo andante y viviente que prefiere existir encerrado.
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