lunes, 2 de marzo de 2020

Llegué

Llegué. Me engañaba un poco antes de verte: me decía que ya todo estaba bien, que ya estaba a salvo. ¿A salvo? ¿De qué? El daño estaba hecho desde antes. Todo aquello de lo que podría haber estado a salvo era bueno. Era bueno y, sobre todo, deseado.
Llegué. Me engañaba un poco antes de verte. Qué fácil fue engañarme a mí, qué imposible fue engañarte a vos. Sin querer te mostré la mujer deslavada que quedó después de llorarte. Deslavada de sonrisas y palabras espontáneas porque daba miedo.
Llegué. Me engañaba un poco antes de verte. Antes de resistirme. En la resistencia se delató un anhelo. Qué imposible fue engañarme a mí y decirme que no te estaba queriendo de nuevo. Pero daba miedo estar ahí de nuevo. Sin querer me deslavé de miedos.
Un miedo, por un beso. O dos. O tres. O toda una mañana de tomarte prestada la boca y cerrarte los ojos de un beso. O toda una noche de tomarte prestados los brazos y cerrarte los ojos de un quedarme a tu lado dormida y confiada. Y mostrarte a la de antes, a la de siempre, a la que ahora podía y tanto había querido compartir almohada y sueños. Con vos.

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