jueves, 12 de abril de 2018

El segundo cuerpo

No se nace un cuerpo, se llega a serlo. O no se llega a serlo. Tal vez se lo siente. O no. ¿Qué más da? ¿Qué es el cuerpo, más que una realidad fisiológica? ¿Qué es el cuerpo, al final, para condicionar la humanidad que traslada? ¿Qué es el cuerpo si no lo acompaña la percepción del sujeto viviente, sintiente, deseante, amante?
No se nace un cuerpo. Nos dicen que nacemos, que somos el cuerpo que tenemos. En todos los sentidos. Nacemos gordos o flacos. Somos gordos o flacos. Nacemos grandes o pequeños. Somos grandes o pequeños. Nacemos lindos o feos. Somos lindos o feos. Pero el cuerpo es la parte más voluble y efímera de nuestra existencia. ¿Cómo permitimos que nos digan que una realidad tan volátil sostiene nuestro ser?
No se nace un cuerpo. No se es un cuerpo. Estamos un cuerpo. Y tanto la mirada como la norma y el cuerpo mismo pueden cambiar. Por eso no se es un cuerpo. A veces estamos un cuerpo femenino, sí, pero somos una humanidad masculina. ¿A qué darle importancia?
En esta antigua dualidad, que todo el tiempo resurge y se recrea, es necesario que se respete esa realidad invisible e intangible. Porque es invisible y es intangible, pero se percibe, se escucha, se cuela en los besos, se escapa por los ojos, incluso se estornuda. Porque se grita. Porque se puede matar. Y, al matarla, solo se estará cuerpo, no se será nunca más.

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