El grito me arrancó del sopor matutino. El chófer del 8 había encendido la calefacción y mi cuerpo tuvo que rendirse y reposar. Las mañanas de invierno en Buenos Aires son así: resfriadas y durmientes, como si cada persona hubiese dejado el alma atrás, en una cama caliente.
Yo dormitaba en un asiento de la fila que ofrece dobles y ella gritó.
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